¿MÚSICA PARA LA EDUCACIÓN O EDUCACIÓN PARA LA MÚSICA?

Estoy seguro que  la gran mayoría de docentes, en cuanto han leído el título de este nuevo artículo, se han decantado mentalmente por una opción. Y que quizás tengan argumentos sólidos para defenderla de forma vehemente, acudiendo para ello a distintas justificaciones académicas, pedagógicas, éticas  o simplemente curriculares. El caso es que a primera vista, parece razonable, y casi obvio, pensar que la primera opción pertenece claramente al ámbito de la música escolar, y la segunda, al de la educación musical especializada. Pero, sinceramente, ¿es esto exactamente así? ¿están ambas opciones tan bien demarcadas? ¿son auto excluyentes?

En vez de comenzar por el plano conceptual, descendamos a la realidad docente. Cada vez son más los profesores de música de enseñanza general que optan por hacer música con sus alumnos en diferentes y variadas formas, medios, ensambles, recursos tecnológicos, etc. Y todas estas tendencias se ven fuertemente marcadas por el deseo de crear música, de realizar algo en el plano meramente del sonido, del comportamiento musical humano. Y, sin embargo, a la vez ocurre que una gran mayoría de estos docentes enmarcan conceptualmente estas prácticas pedagógicas en el ámbito de la música para o en la educación. Por mucha música que hagamos, todo esto está al servicio de la educación integral del individuo, ¿no es así? 

La otra opción existente, que es la de ofrecer una educación pseudomusical alrededor del hecho musical en sí (ya sea exclusivamente hablando o escribiendo o escuchando música pero sin llegar nunca a producir nada con los alumnos) precisamente se suele justificar bajo la égida de la música para la educación, lo cual paradójicamente ocasiona un resultado vacuo. Se dice a menudo que la educación es lo que queda después de haber pasado por la escuela. Sin embargo, si en las clases de música no hubo música, lo que queda es poca cosa. Hay miles de personas así en nuestra sociedad. Pasaron por las clases de música, pero la música no pasó por ellos.


En conclusión, para poder ofrecer una educación musical al servicio de la educación integral, necesitamos precisamente eso, una educación para la música, para que la música se transmute así en cada persona en una música para la educación. La primera tarea le corresponde a los docentes, la segunda a los discentes, que son al fin y al cabo los que transforman en su propia estructura de la personalidad el alcance emocional de las experiencias transformadoras que se pueden llegar a vivir en una buena clase de educación musical. 


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