LA ÉTICA DOCENTE Y LA ÉTICA... ¿INDECENTE?

En el mundo que rodea a la educación hay un sinfín de intereses creados de todo tipo (en muchas ocasiones totalmente ajenos a los intereses reales de la comunidad educativa de cada centro) de dudosa legitimidad, lo cual nos lleva a pensar que efectivamente son muchas las iniciativas personales, colectivas o empresariales que intentan utilizar la educación para sus propios fines (promocionales, económicos, etc.). En muchas ocaciones los docentes asistimos atónitos a muchos intentos externos  de  forzar a los centros a participar en determinadas acciones espurias, en algunas ocasiones incluso de dudosa ética y justificación. 

Por otra parte, no es menos cierto que en muchos centros escolares se conoce, desgraciadamente, a determinadas personas adultas que por sí solas merecen ser auténticas fuentes de motivación ajena, sobre todo en relación al abandono definitivo de la docencia, la petición de un traslado de centro, baja o emigración a otro país o continente. Algunas de hecho, las más sobresalientes, logran concertar todo tipo de estrategias alrededor suyo, como las de camuflaje, escapismo o enajenación mental transitoria. Se dice incluso que hay quien ha logrado desaparecer en un instante, en un acto sublime de ilusionismo en pos de la propia supervivencia. 

Ironías aparte, debo añadir que muy a nuestro pesar, ambos fenómenos van en aumento, y de hecho los profesores, culpables de todos los males del mundo, nos vemos en ocasiones obligados a cargar penosamente con los pecados ajenos, aunque para muchos de nosotros, un cierto sentido de la ética profesional y de la moral personal, nos lo impida (debido a nuestro superlativo optimismo) ¡Qué le vamos a hacer! Somos así, creemos positivamente en la mejora de la especie y del individuo por medio de la educación. Obviamente, no podemos hacer otra cosa. Lo llevamos en el ADN.

Una sociedad que no respeta a sus enseñantes, a sus docentes, y que no se toma la educación realmente en serio es una sociedad enferma. La falta de autocrítica, la excesiva complacencia, la anestesia social, la sobre-exigencia, la falta de empatía, la ausencia de solidaridad, el rencor y la envidia son algunos de sus síntomas. Sin embargo, la situación se agrava más, cuando, los profesores, este denostado colectivo, se atreve osadamente a tener criterio propio y a no ceder ante la coacción, el chantaje o incluso en algunos casos más graves, la suplantación de identidad o la usurpación de funciones. Simplemente, se trata de no tener miedo a defender un proyecto educativo colectivo por encima de los turbios y a veces, obscenos intereses personales o comerciales de algunas personas o incluso instituciones privadas que pretenden sacar tajada propia del esfuerzo ajeno, a veces a costa de la difamación y la calumnia, sin ningún pudor o miramiento. Lamentablemente, siempre hay gente que no acepta un no por respuesta, que no aprende de las situaciones, que no se deja enseñar, que se creen por encima del bien y del mal, y que no dudarán en intentar vengarse de la forma más rastrera y malintencionada si en algún momento se les llevó la contraria o bien rehusamos hacer su santa voluntad.

En fin, supongo que todo esto va en el sueldo, pero por favor, no se confundan, que no somos comerciantes ni psiquiatras. La educación no es un negocio ni tampoco un gran centro de salud mental. Somos en todo caso, los que previenen que nadie que pase por nuestras manos termine acudiendo a ninguno en su vida, al menos, por nuestra causa.





 


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